La sociedad maya dividida
Al comenzar el siglo XX, la península de Yucatán había quedado
fragmentada políticamente en dos estados, Yucatán y Campeche, y un territorio de
administración federal al que se dio el nombre de Quintana Roo. La población
maya mantuvo un patrón cultural común, marcado por algunas diferencias
regionales derivadas de su pasado reciente. Pero debido a la guerra de castas y
al desarrollo de las haciendas henequeneras, los mayas quedaron divididos en
tres grandes sectores:
a) los habitantes pobladores de los pueblos y ranchos;
b) los sirvientes de las haciendas, y
c) los cruzo’ob, quienes quedaron bajo el dominio del gobierno federal después de la caída de Chan Santa Cruz.
El porcentaje de indígenas radicados en las haciendas hacia
1862 ilustra sobre un incremento de la servidumbre agraria, especialmente en los
partidos del noroeste como Mérida, Maxcanú, Izamal y Motul. En cambio, por
efecto de la insurrección, en los partidos del oriente y sur, como Tizimín,
Espita, Tekax y Peto un importante sector de indígenas vivía en ranchos
libres.
El primer grupo, los indígenas de los pueblos de Yucatán y
Campeche, continuó sufriendo la pérdida de sus tierras, mediante las mensuras de
supuestos baldíos y la obligación de dividir los ejidos en parcelas de propiedad
individual. Entre 1876 y 1910, debido a los continuos despojos, las haciendas
aumentaron en número y en extensión. En Yucatán se consolidó una ambiciosa
oligarquía de hacendados henequeneros estrechamente vinculada al capital
extranjero que propició la conversión masiva de los indígenas en peones
acasillados. El nuevo procedimiento para los despojos puede sintetizarse de la
siguiente manera: el pueblo realizaba la medición de sus ejidos, el
levantamiento de un plano y su división en lotes asignados a cada cabeza de
familia y el Ministerio de Fomento se encargaba de entregar los títulos de
propiedad correspondientes. Pero la pequeña propiedad en manos indígenas duraba
poco tiempo ya que mediante el endeudamiento, la compra a bajos precios y otros
mecanismos extralegales, los hacendados se apropiaron de las parcelas privadas.
La organización política de los pueblos se vio afectada debido a que después del
estallido de la guerra de castas las incursiones de los cruzo’ob hacían recordar
en esta gran región los sangrientos años iniciales de la rebelión, por lo que el
control sobre la población maya se hizo más fuerte. Así que, en cuanto fue
posible, las repúblicas de indígenas que se mantuvieron fieles al gobierno
blanco fueron marginadas como autoridades. En Yucatán se decretó su desaparición
definitiva en septiembre de 1868; los indígenas principales dejaron de ser
nombrados caciques y gobernadores y su autoridad fue disputada por la extensa
clase de mestizos, que constituían la mayoría en muchas poblaciones. Las casas
de audiencia y casas reales, que se construyeron de cal y canto a principios de
siglo XIX con los fondos de las comunidades indígenas, fueron ocupadas por los
ayuntamientos y se emplearon como los palacios municipales que todavía
subsisten.
La continuidad en la usurpación de tierras y la pérdida del
reconocimiento de los caciques mantuvo fuertes tensiones sociales en la región
noroeste. Se conocen algunos movimientos indígenas de protesta en el interior de
las fincas o en contra de la usurpación de tierras. El más importante parece
haber sido el que ocurrió en el pueblo de Maxcanú, en septiembre de 1892. Los
indígenas principales encabezaron una “partida” que, armada de escopetas y otras
armas menores, se dio a la tarea de limpiar sus ejidos de propiedad privada y
afectaron, entre otras, una hacienda propiedad de Eusebio Escalante Bates, uno
de los más influyentes hacendados yucatecos. Algunos de los dirigentes del
movimiento fueron aprehendidos esa misma noche, pero al día siguiente más de 400
indígenas armados irrumpieron en el juzgado y los pusieron en libertad. No
parece haber duda sobre quienes encabezaron la revuelta y los detenidos tenían
el rango de caciques. Los indígenas recorrían el poblado amedentrando a los
habitantes blancos y lanzando gritos en contra de los hacendados. El gobernador
Daniel Traconis tuvo que enviar un fuerte contingente de soldados yucatecos y
federales para reprimir la protesta indígena. Al mismo tiempo, propició algunas
negociaciones de paz con los jefes de la revuelta. También se tuvieron noticias
de que en el pueblo de Calkiní los indígenas habían iniciado un movimiento
similar en contra de los linderos de las fincas privadas. Frente a la presencia
de los soldados, centenares de indígenas iniciaron un éxodo hacia los
territorios del sur, que continuaban en poder de los mayas pacíficos. Según el
propio gobernador Traconis, se trataba de una migración de familias completas,
que llevaban consigo sus pertenencias y que tenían la pretensión de escapar al
dominio del gobierno estatal. Entonces se temió una migración masiva de
indígenas hacia las selvas, lo que representaba un serio peligro para la
economía del estado.
La revuelta de Maxcanú y otras de menor magnitud no
tuvieron la capacidad de generar un gran levantamiento armado pero permanecieron
como brotes esporádicos de respuesta a los despojos de tierras. De manera
general, en el noroeste, la clase dirigente indígena se adaptó en parte, a la
nueva situación compartiendo en los ayuntamientos los puestos con los mestizos y
criollos. Sus integrantes tendieron a mantener su prestigio en los cargos de los
gremios, agrupaciones que habían sustituido a las cofradías como organizaciones
del culto de los santos patronos, pero los mestizos también se inmiscuyeron en
los gremios, así que desaparecieron esas importantes esferas de diferenciación.
En Yucatán, a finales del siglo XIX, el término de “mestizo” había adoptado una
connotación diferente a la que tenía en otras regiones y se refería a las
personas de origen maya que con el tiempo aceptaron la influencia de la cultura
de origen hispánica, aunque mantuvieran diversas características particulares de
la cultura nativa como el vestido, el uso de la lengua maya y la vivienda. Los
mestizos, autodenominados también “campesinos” o “pobres”, pretendieron
diferenciarse, por igual, de los indios rebeldes y pacíficos a quienes la
sociedad yucateca fuertemente impactada por la guerra de castas consideraba con
mayor énfasis en estado de salvajismo. El liberalismo decimonónico les abrió
importantes espacios de actividad social y económica que fomentó en ellos una
identidad propia; la educación en español, los empleos asalariados en las
haciendas y los cargos públicos en los municipios se convirtieron en mecanismos
de ascenso en la escala social.
En los pueblos se integró una vertiente cultural que
compartieron indígenas y mestizos sin perder cada grupo sus propias
aspiraciones. Los primeros aportaron, entre otras cosas, los rituales agrícolas
y domésticos, así como los conocimientos de la medicina tradicional. Los
segundos, influyeron con una rica cultura derivada de su trabajo con el ganado
durante los dos siglos que duró esta actividad en Yucatán. La vaquería, las
corridas de toros, las carreras de caballos y la jarana son algunos ejemplos de
la contribución que hicieron los mestizos a la cultura mestiza debido a que en
parte ambos grupos compartían los mismos problemas y condiciones sociales.
El segundo sector de la población maya dividida, la
servidumbre que vivía en el interior de las haciendas, sufrió una transformación
gradual a partir de la década de los años sesenta del siglo XIX, provocada,
sobre todo, porque las plantaciones de henequén sustituyeron al ganado como la
producción principal de las fincas y a los intentos por establecer una
reglamentación a su trabajo. Durante el gobierno imperial de Maximiliano se
trató de convertir, sin éxito, a los sirvientes de Yucatán en trabajadores
asalariados y en 1868 se emitió una ley en el estado de Campeche que sancionaba
las relaciones de los sirvientes con las fincas, reconociendo el endeudamiento y
el acasillamiento. El mercado internacional comenzó a demandar la fibra de
henequén, tanto para las embarcaciones como para usos agrícolas y al terminar el
siglo XIX prácticamente todas las antiguas haciendas ganaderas del noroeste
yucateco se habían transformado en plantaciones de henequén. El cultivo de
henequén para exportación obligó a que los colcabo’ob o luneros se
convirtieran en peones acasillados de tiempo completo, porque las fincas
demandaban abundante energía humana que no se podía satisfacer con el antiguo
sistema de un día de trabajo semanal para la hacienda. Como resultado de este
proceso los peones dejaron de producir en sus propias milpas de subsistencia y
el maíz se empezó a adquirir en la tienda de raya con el salario obtenido por el
trabajo en los henequenales. Este maíz era comprado a los campesinos libres y a
diversas fincas situadas en la región sur que se dedicaron al abastecimiento de
las aldeas de las fincas henequeneras. Asimismo, la desaparición de la ganadería
extensiva en la zona henequenera significó la deforestación de la selva en un
área de 80 kilómetros cuadrados alrededor de Mérida.
El sistema de plantación aplicado al cultivo de henequén se
tradujo en una disciplina carcelaria para los trabajadores de campo. El
endeudamiento y el acasillamiento se convirtieron entonces en una norma rígida y
sancionada a través de una estricta reglamentación. Hasta 1860, aproximadamente
la mitad de los sirvientes permanecía endeudado en las fincas con cantidades
equivalentes a uno o dos años de salario. Pero después de la conversión de los
luneros en peones acasillados la cantidad de los trabajadores endeudados y la
magnitud de la deuda aumentaron significativamente. En las fincas se mantuvieron
los castigos corporales, la aplicación del cepo y el encarcelamiento contra la
indígenas, cuando esos procedimientos habían quedado en desuso en la mayor parte
de las comunidades.
Por otra parte, las haciendas henequeneras contrataron a
numerosos trabajadores mestizos y blancos para laborar en los trenes de raspa de
las desfibradoras. Estos individuos eran por lo regular mejor tratados que los
mayas, aunque no dejaban de ser considerados como sirvientes de las fincas y
estaban igualmente sujetos por el endeudamiento. La diferenciación étnica era
más fuerte en las haciendas que en los pueblos porque en ellas se mantuvo la
forma de dominio social que se expresaba en una rígida jerarquía laboral
fuertemente racista. En la cúspide estaban situados los administradores y
mayordomos blancos. Debajo de ellos se encontraba un segundo grupo formado por
los vaqueros y los trabajadores de las desfibradoras: maquinistas,
plataformeros, raspadores, fogoneros, corchadores, etcétera, casi todos
considerados como mestizos. El tercer grupo lo formaban los mayas, quienes por
lo común se dedicaban a trabajos como el corte de pencas y la limpieza de los
henequenales.
Por lo que se refiere al tercer grupo de la sociedad maya,
la ocupación de su territorio por el ejército representó el establecimiento de
una nueva forma de dominio. La antigua capital de los cruzo’ob recibió
el nombre de Chan Santa Cruz de Bravo en memoria del general porfirista que la
ocupó cuando ya se encontraba prácticamente abandonada. Bajo la administración
de Bravo, el lugar fue convertido en un cuartel para mantener el control de la
zona y el Balamnah se utilizó como barraca y posteriormente
como prisión para cientos de delincuentes y deportados políticos que llegaron a
esa nueva colonia penal desde diversos estados de la república. Los mayas
insurrectos se internaron aún más en los montes para escapar del dominio del
ejército federal. Bacalar había sido ocupada y el comercio con Belice fue
cortado. Así que los mayas rebeldes sufrieron durante esos años persecución,
enfermedades, despojos y hambre. Los soldados recorrían la selva en busca de los
ranchos y las milpas de los indígenas para saquearlas y prenderles fuego.
Carentes de municiones, sin unidad en el mando y diezmados, la respuesta militar
de los cruzo’ob perdió.
En 1912, después del derrocamiento de Porfirio Díaz por la
revolución iniciada en 1910, el general Ignacio Bravo fue revelado del mando en
Chan Santa Cruz. Se liberó a los prisioneros políticos y se inició una nueva
estrategia de acercamiento e integración. Se realizaron pláticas de avenimiento
con algunos de los jefes mayas, y en 1915 el antiguo santuario fue devuelto a
sus verdaderos dueños.
Entre los mayas rebeldes que sobrevivieron a la persecución
surgieron nuevos caudillos: Dolores Cituk se convirtió en el tatich o
patrono de la cruz, Juan Bautista Vega fue el secretario y actuaban como
generales Guadalupe Tun y Silvestre May. Pero Chan Santa Cruz ya no volvió a
recuperarse como capital y santuario maya. Una epidemia de viruela y
desavenencias entre los caudillos condujeron a la división de los rebeldes en
dos grupos. El primero, el del norte, con cabecera en el pueblo de Chunpom, al
mando de Juan Bautista Vega, y el segundo, el del centro, con cabecera en
Yokdzonot Guardia, al mando de Francisco May, en donde sepreservó con mayor
rigor el culto a la cruz parlante.
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